CIENCIA Y CONOCIMIENTO
Es importante acercarse en estos momentos al significado y trascendencia
de la ciencia. Prácticamente y casi desde su nacimiento e instauración y se
la adjetivó como conocimiento autónomo se la ha idolatrado como pilar
inconmovible de todo saber, pero también ha tenido y tiene actualmente no
sus detractores absolutos, sino que no es suficientemente estimada
como valor supremo de conocimiento y quizá es relativizada en
exceso. Sería importante repensar y actualizar algunos aspectos
gnoseológicos que sitúen a la ciencia en lo que es y representa en nuestros
días y asentarla en su justa medida respecto al conjunto de la sociedad humana.
La ciencia ha sido y es la que ha inducido a la transformación
material del mundo mediante la labor humana guiada por su racionalidad.
El resultado de esta labor y de esta transformación proporciona a
su vez nuevo conocimiento que se incrementa de forma acumulativa.
El punto crucial que se quiere destacar es que la ciencia y en consecuencia la
racionalidad humana no llega nunca a agotar la última realidad
del objeto y objetivo (si es que lo tiene) de la Naturaleza. Siempre nos
encontramos con la última barrera infranqueable, desconocida, al menos
en su circunstancia temporal.
Nuestro conocimiento no es un valor absoluto, no
puede serlo. Nuestra limitación humana nos impide acceder a la comprensión
del todo. Cuanto más nos acercamos a un punto concreto de
nuestra investigación más nos alejamos de la totalidad. Aun
juntando todas las piezas de este tablero inconmensurable (¿quién las
junta?) no llegaríamos a una visión universal univoca, esta es nuestra
limitación.
La ciencia se ha convertido en tecnociencia.
Cualquier avance se valora en función de su utilidad material.
Los protagonistas de estos avances, que normalmente son equipos de trabajo, son
personas con alta formación técnica que normalmente no pueden
valorar su trabajo más allá de su zona específica de influencia. El conocimiento
directo adquirido por su investigación, por su trabajo, es solo una
pieza, un engranaje, en el sector en que se ha producido. En sí mismo no
produce visión de conjunto.
Entonces surge la pregunta clave ¿Cuál es el valor de la ciencia o
lo que la ciencia produce? En principio es una respuesta muy simple pero
que esconde un gran interrogante. Lo que la ciencia ha proporcionado siempre y
sigue proporcionando, en un proceso acumulativo y acelerado, es la transformación
material y estructural de la sociedad. No es la ciencia, es la razón
humana aplicada.
La ciencia, o si se prefiere la tecnociencia, proporciona dos avances
importantes: mayor bienestar material y por lo tanto mayor seguridad,
longevidad, y tiempo libre, y en
segundo lugar una base de conocimientos específicos con dos variantes :
la primera proporciona una plataforma fija cada vez más sólida para seguir avanzando y en general
sirve también para descartar falacias, tergiversaciones, falsedades, ideas,
y teorías sin base alguna y práctica y objetivamente descartables,
al menos por principios epistemológicos simples. Pero el mundo
estructurado tecnológicamente no puede dar cuenta a las preguntas formuladas ya
por Kant: ¿Qué debo hacer?, ¿qué puedo saber?, ¿qué me está permitido
esperar? y sobre todo ¿qué es el hombre? Lo que se puede y se debe hacer es seguir
investigando y ampliando el conocimiento de la Naturaleza en toda su
amplitud. A partir de ahí los interrogantes son imponderables e
infinitos, siempre se puede avanzar, siempre es necesaria la voluntad de
perseguir objetivos por lejanos que se nos antojen. El conocimiento
final absoluto no está a nuestro alcance. A partir de conocimientos cada
vez más sólidos, más contrastados, iremos elucubrando nuestras teorías,
hipótesis y también, porque no creencias, que son formas exclusivas
de nuestra naturaleza humana.
II-2020
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