jueves, 12 de julio de 2018



                                EXPRESAR EL ASOMBRO


El ser humano no es plenamente consciente de su situación en el mundo. Está absorto en su contemplación y vivencias, maravillado que desde su pequeñez tenga la oportunidad de ser un observador privilegiado de un mundo fascinante. Su hacer y pensar le lleva a adquirir una experiencia práctica, una comprensión racional y lineal del mundo entrevisto y al mismo tiempo le produce sentimientos encontrados, placenteros unos y desazonantes otros. El situacionismo material requiere acciones prácticas pero la comprensión universal del mundo incluyéndose la propia persona precisa de una interiorización y externalización de pensamientos y sentimientos que vayan más allá de la simple correlación de la apariencia material de lo aparente. Lo que el ser humano siente va más allá de su correspondencia dialéctica con la materialidad del mundo y siendo así que el ser humano es social por naturaleza necesita comunicarse con sus congéneres y expresar su visión del mundo, su comprensión y sus sentimientos. Ya desde el inicio de la humanidad en los actos más elementales se infundían elementos significativos que iban más allá de lo estrictamente necesario pero que representaban indicios de un pensamiento instintivo o meditado que quiere exteriorizarlo, darlo a conocer.
El hacer, el obrar, la acción, no siempre se dirigía exclusivamente a obtener resultados prácticos necesarios para satisfacer las necesidades primarias.
El ser humano dispone de multitud de posibilidades de expresar su propio conocimiento, sus anhelos, sus intuiciones, sus estados emocionales, sus sentimientos. La finalidad es doble, en primer lugar, es por su propia satisfacción y necesidad y en segundo lugar persigue también un doble objetivo dar a conocer lo que piensa y siente e influir, participar y que se valore su aportación en el circulo humano donde se desenvuelva.
Toda obra humana que conscientemente o no persiga unos objetivos con una carga espiritual diferenciada se enfrentará a las dificultades de ajustar   su acción al pensamiento y sentimientos que lo inspiran, serán las facultades innatas de cada persona y su capacidad de aprendizaje y desarrollo personal lo que determinará la calidad de la obra ejecutada sea cual sea ésta. Lo importante es la fidelidad y la carga emocional e inteligencia que enlacen los dos polos que entran en juego, el subjetivo del individuo en concreto y el mundo exterior al que se refiere.
De todo lo dicho es evidente que cualquier obra humana tiene unos antecedentes, unas causas materiales, históricas y personales, un back ground individualizado. Todo individuo es a la vez portador de todo un pasado material e inmaterial, pero estamos de acuerdo en que no existen dos personas iguales y la reacción subjetiva a un origen concreto no es determinista en absoluto. Lo que priva es la cualidad intrínseca de cada individuo, su apreciación del mundo, el sentimiento vital que le inspira, y lo más importante su capacidad de exteriorizar todo lo que siente en un proceso creador con una intencionalidad difusora e influenciadora buscando también un reconocimiento social estimulante. Toda obra intelectual, literaria, poética, artística, musical, e incluso las que están emparentadas cercanamente a los avances científico-técnicos son expresión formal de individualidades altamente interesadas en aportar y hacer crecer el acervo común de la sociedad.

4-7-18