EXPRESAR EL ASOMBRO
El ser
humano no es plenamente consciente de su situación en el mundo. Está absorto en su
contemplación y vivencias, maravillado que desde su pequeñez tenga la
oportunidad de ser un observador
privilegiado de un mundo fascinante. Su hacer y pensar le lleva a adquirir una experiencia práctica, una comprensión racional y lineal del mundo entrevisto y al mismo tiempo le produce
sentimientos encontrados, placenteros unos y desazonantes otros. El situacionismo material requiere
acciones prácticas pero la comprensión
universal del mundo incluyéndose la propia persona precisa de una interiorización y externalización de pensamientos y sentimientos que vayan más allá de la simple correlación de la
apariencia material de lo aparente. Lo
que el ser humano siente va más allá de su correspondencia dialéctica con la materialidad del
mundo y siendo así que el ser humano es
social por naturaleza necesita comunicarse con sus congéneres y expresar su visión del mundo, su comprensión y sus sentimientos. Ya desde el inicio
de la humanidad en los actos más elementales se infundían elementos
significativos que iban más allá de lo estrictamente necesario pero que
representaban indicios de un pensamiento
instintivo o meditado que quiere exteriorizarlo, darlo a conocer.
El
hacer, el obrar, la acción, no siempre se dirigía
exclusivamente a obtener resultados prácticos necesarios para satisfacer las
necesidades primarias.
El ser humano dispone de multitud de
posibilidades de expresar su propio
conocimiento, sus anhelos, sus intuiciones, sus estados emocionales, sus
sentimientos. La finalidad es doble,
en primer lugar, es por su propia satisfacción y necesidad y en segundo lugar
persigue también un doble objetivo dar a conocer lo que piensa y siente e influir, participar y que se valore su aportación en el circulo humano donde se desenvuelva.
Toda obra
humana que conscientemente o no persiga unos objetivos con una carga
espiritual diferenciada se enfrentará
a las dificultades de ajustar su acción
al pensamiento y sentimientos que lo inspiran, serán las facultades innatas de cada persona y su capacidad de aprendizaje y
desarrollo personal lo que determinará la calidad
de la obra ejecutada sea cual sea ésta. Lo importante es la fidelidad y la carga emocional e inteligencia que
enlacen los dos polos que entran en juego, el subjetivo del individuo en concreto y el mundo exterior al que se refiere.
De todo lo dicho es evidente que cualquier obra humana tiene unos antecedentes, unas causas materiales,
históricas y personales, un back ground
individualizado. Todo individuo es a la vez portador de todo un pasado material
e inmaterial, pero estamos de acuerdo en que no existen dos personas
iguales y la reacción subjetiva a un origen concreto no es determinista en
absoluto. Lo que priva es la cualidad
intrínseca de cada individuo, su apreciación del mundo, el sentimiento
vital que le inspira, y lo más importante su capacidad de exteriorizar todo lo que siente en un proceso creador con una intencionalidad
difusora e influenciadora buscando también un reconocimiento social estimulante. Toda obra intelectual, literaria, poética, artística, musical, e incluso
las que están emparentadas cercanamente a los avances científico-técnicos son expresión formal de individualidades
altamente interesadas en aportar y
hacer crecer el acervo común de la sociedad.
4-7-18