lunes, 18 de mayo de 2015

PERENNIDAD DEL ASOMBRO COMO INICIO DE LA FILOSOFIA


                    PERENNIDAD DEL ASOMBRO
                    COMO INICIO DE LA FILOSOFIA

A propósito de la lectura en “Isegoría” Nº 51 del 2014 sobre el tema del comienzo de la Filosofía creo sería de utilidad hacer alguna aportación complementaria. Todo el mundo estaría de acuerdo en que el comienzo de la Filosofía tal como la concebimos en el mundo occidental se inicia en los primeros pensadores griegos que de forma asombrosa partiendo de un mundo mitológico y oscurantista lo analizan y diseccionan racionalizándolo hasta un punto que incluso hoy nos maravilla y hasta nos guía en sus métodos y conclusiones.
Se puede introducir aquí un aspecto complementario que seguro sedujo a los griegos así como a pensadores de otras culturas incluidas las orientales. La apertura al conocimiento filosófico o lo que es lo mismo a un conocimiento universal viene de un paso anterior que es la consciencia del ser que se abre al mundo y se desdobla adquiriendo conocimiento directo, presencial, del mundo exterior. En el citado artículo se destaca el asombro como principio,  y aquí añadimos, no propiamente de conocimiento sino de captación esencial del mundo exterior y consecuentemente de la misma persona, del sí mismo, que se asombra. Este momento casi místico y poético es engendrador de un tipo de pensamiento que en unos casos continuará su trayectoria esencialmente mística (caso de pensadores orientales místicos, religiosos, p.e.) y en nuestro mundo occidental fue el germen del pensamiento lógico y racional al cual  continuamos adscritos. En el mencionado artículo se refiere a Heidegger que a nuestro entender es el que mejor ha sabido captar al menos esta primera parte del darse cuenta, de la apertura al ser. Quizá falló en la continuación, en la repercusión que este hecho trascendental debía tener y en parte ha tenido en el pensamiento occidental.
Todavía podríamos agregar un aspecto más, importante para captar estos inicios a la Filosofía y que en realidad no son tan arcaicos y lejanos como parecen a primera vista. Demos por hecho que el despertar a la autoconsciencia es un fenómeno universal pero no en todos los individuos se da con la misma intensidad o profundidad. Un caso paradigmático es la observación de un cielo estrellado que siempre ha estado ahí pero de golpe se nos antoja absolutamente fascinante, incomprensible. De siempre hemos visto las flores como algo natural cotidiano, pero un día observamos, captamos, una rosa como un objeto extraño, existente fuera de nosotros, es un cuerpo, una entidad independiente. Hay además un objeto intangible que son las palabras, algunas palabras antes conocidas se nos antojan extrañas; la gramática, el lenguaje, es fascinante en su inaprensible profundidad. Cada vez que salimos al encuentro de estos objetos del mundo nos vemos a nosotros mismos también como objetos del mundo, es la afloración de la autoconsciencia. Bien, este es el punto del nacimiento de la Filosofía si se persevera en él. La Filosofía es un continuo renacer en su esencia pero el hombre occidental ha desarrollado un método lógico, científico, pragmático, para que la intuición de primera instancia se convierta en un cuerpo epistemológico lo suficiente fuerte y sólido para continuar por una vía lo más certera y cercana al mundo real.
Pero nunca deben perderse las primeras intuiciones, los primeros atisbos, los primeros enfrentamientos al ser del mundo sin añadidos que lo disfracen. En realidad puede decirse sin temor a equivocarse que la Filosofia empieza en cada persona, cada individuo puede escoger su particular vía del conocimiento. Que luego desemboque en un puerto con mayor o menor seguridad es ya cuestión del avatar de cada individuo.
A pesar de todo el avance en el método epistemológico y científico es importante no perder nunca el origen del pensamiento limpio, sencillo e intuitivo, el que va directo a las cosas, el de la introspección profunda y el que observa el mundo exterior con ojos asombrados y maravillados.



12-5-15