PERENNIDAD DEL ASOMBRO
COMO INICIO DE LA FILOSOFIA
A propósito de la lectura en “Isegoría” Nº 51 del 2014 sobre
el tema del comienzo de la Filosofía
creo sería de utilidad hacer alguna aportación complementaria. Todo el mundo
estaría de acuerdo en que el comienzo de la Filosofía tal como la concebimos en
el mundo occidental se inicia en los
primeros pensadores griegos que de
forma asombrosa partiendo de un mundo
mitológico y oscurantista lo analizan y diseccionan racionalizándolo hasta
un punto que incluso hoy nos maravilla y hasta nos guía en sus métodos y
conclusiones.
Se puede introducir aquí un aspecto complementario que
seguro sedujo a los griegos así como a pensadores de otras culturas incluidas
las orientales. La apertura al
conocimiento filosófico o lo que es lo mismo a un conocimiento universal viene de un paso anterior que es la consciencia
del ser que se abre al mundo y se desdobla
adquiriendo conocimiento directo,
presencial, del mundo exterior. En el citado artículo se destaca el asombro como principio, y aquí añadimos, no propiamente de
conocimiento sino de captación esencial
del mundo exterior y consecuentemente de la misma persona, del sí mismo,
que se asombra. Este momento casi místico y poético es engendrador de un
tipo de pensamiento que en unos casos continuará su trayectoria esencialmente mística
(caso de pensadores orientales místicos, religiosos, p.e.) y en nuestro mundo
occidental fue el germen del pensamiento
lógico y racional al cual continuamos adscritos. En el mencionado
artículo se refiere a Heidegger que
a nuestro entender es el que mejor ha sabido captar al menos esta primera parte
del darse cuenta, de la apertura al ser. Quizá falló en la
continuación, en la repercusión que este hecho trascendental debía tener y en
parte ha tenido en el pensamiento occidental.
Todavía podríamos agregar un aspecto más, importante para
captar estos inicios a la Filosofía
y que en realidad no son tan arcaicos y lejanos como parecen a primera vista.
Demos por hecho que el despertar a
la autoconsciencia es un fenómeno universal pero no en todos los
individuos se da con la misma intensidad o profundidad. Un caso paradigmático
es la observación de un cielo estrellado que siempre ha estado ahí pero de
golpe se nos antoja absolutamente fascinante, incomprensible. De siempre hemos
visto las flores como algo natural cotidiano, pero un día observamos, captamos,
una rosa como un objeto extraño, existente fuera de nosotros, es un cuerpo, una
entidad independiente. Hay además un
objeto intangible que son las palabras, algunas palabras antes
conocidas se nos antojan extrañas; la
gramática, el lenguaje, es fascinante en su inaprensible profundidad. Cada vez que salimos al encuentro de
estos objetos del mundo nos vemos a
nosotros mismos también como objetos del mundo, es la afloración de la autoconsciencia. Bien, este es el punto del nacimiento de la Filosofía si se persevera en él. La Filosofía es un continuo renacer en su esencia pero el hombre occidental ha desarrollado un método
lógico, científico, pragmático,
para que la intuición de primera
instancia se convierta en un cuerpo
epistemológico lo suficiente fuerte y sólido para continuar por una vía lo más certera y cercana al mundo real.
Pero nunca deben perderse las primeras intuiciones, los primeros atisbos, los primeros
enfrentamientos al ser del mundo sin añadidos que lo disfracen. En realidad
puede decirse sin temor a equivocarse que la Filosofia empieza en cada
persona, cada individuo puede escoger su particular vía del conocimiento. Que luego desemboque en un puerto con
mayor o menor seguridad es ya cuestión del avatar de cada individuo.
A pesar de todo el avance en el método epistemológico y
científico es importante no perder nunca
el origen del pensamiento limpio, sencillo e intuitivo, el que va directo a
las cosas, el de la introspección
profunda y el que observa el mundo
exterior con ojos asombrados y maravillados.
12-5-15